Habían llegado hace unos meses, ni siquiera un año. De un país en vías de desarrollo, sin saber casi hablar español, ayudados por no sé qué gente para tratarle a ella un cáncer. Después la diagnosticaron el VIH y también inició tratamiento con antirretrovirales, a la vez que la quimio, que la radio. El lunes, cuando yo no estaba, bajaron para despedirse; dijeron que se marchaban de nuevo, que los cirujanos habían desestimado operarla de la recidiva, que no iban a hacer nada más… Y volaron de nuevo a otro país, a buscar un nuevo diagnóstico, un nuevo cirujano, una nueva oportunidad, aunque un poco más frágiles y un poco menos esperanzados que cuando llegaron.
He compartido poco con ellos, apenas nos entendíamos, tampoco ha habido tiempo. No me une nada (o casi nada) a ellos, son tan distintos: otra lengua, otro país, otra cultura… incluso no sé si comparto su decisión de emprender de nuevo el viaje a otros especialistas, en un camino que desde fuera parece no tener sentido, que no conseguirá nada. Somos diferentes, pero en el fondo, a medida que me dejo invadir por su situación, por el diagnóstico, por pensar en comenzar de nuevo su incesante búsqueda, por la incertidumbre que delatan; cuando consigo dejar de pensar, de dudar, de ser tan racional; me siento muy igual a ellos y muy unida a ese sentimiento atávico y solidario de formar parte de la misma ”humanidad”. Como si de repente el hecho de compartir millones de genes semejantes o tantas emociones y sensaciones comunes a todas las personas, hubiera despertado en mí la capacidad de ver lo que verdaderamente nos une e importa a todos. Somos tan iguales a pesar de estar aparentemente tan lejos…
Su vida es casi opuesta a la mía, por el simple hecho de haber nacido en otro lugar, todo es para ellos mucho más difícil. Viven de aquí para allá, su hogar, sus hijos están lejos, no tienen el mismo derecho a la salud de que yo gozo y sin embargo no cesan de dar las gracias por todo. Devuelven multiplicado lo que pobremente les damos, mediante sonrisas y gestos cargados de dignidad, de respeto, de responsabilidad. Él la cuida como si ella concentrara todo lo importante de su vida: la pesa, la viste y la desviste, la traduce mis palabras y luego me las devuelve de nuevo cuando le pregunto sobre los efectos adversos, sobre la toma de la medicación. Ante tanta humanidad concentrada delante de mis ojos no puedo más que intentar acogerles como me gustaría que tratasen a mis padres o a mi familia más cercana cuando yo no pueda cuidar de ellos, me admiran y me hacen pensar. Su historia es para mí desconocida, no puedo hablaros de ella, nadie sino ellos serían capaces de contarla con veracidad, con todos sus matices; pero su presencia me hace darle vueltas a lo complejo de la vida. Ojalá con mi actitud, mi servicio, mi profesionalidad y mi afecto, pudieran ellos ver un pequeño reflejo de luz que les muestre la fraternidad que nos une; aunque nos empeñemos en ser diferentes por fuera, en tener vidas diferentes, en tomar decisiones distintas y en creernos que podemos vivir cada uno por nuestra cuenta. Ojalá encuentren en mis manos y en las de muchas de las personas con que se crucen, suaves consuelos para sus dificultades y que no les falte nunca la sensación certera de hogar que todos como hombres siempre necesitamos.
(Mentiría si dijera que no me gusta mi trabajo, aunque en ocasiones sea casi-inevitable llorar).
Dedicado a todas las personas que han muerto de VIH/SIDA en el mundo y a todas las que luchan desde sus diferentes vidas por controlar esta terrible enfermedad.
( By Compi1)