Vivimos tiempos donde mires donde mires en el hospital,
el panorama no suele ser muy alentador. Nos hemos instaurado en una posición
donde la queja es la única constante, donde destruimos de un plumazo todo lo
que se nos pone por delante y donde nos permitimos el lujo de criticar al de al
lado sin mirarnos al espejo. Ya casi da igual que hagas o que no hagas, al
final la queja y la crítica estarán presentes, muchas cosas básicas dejaron de
importar. Es una situación que “más que nausea, da tristeza”. Quizás sea lo
fácil en unos tiempos de escasez ya no solo económica, sino de valores, de
cultura de esfuerzo y de iniciativa e ideas. Quizás escasez de creatividad, de emociones y
de pasión.
Da igual la visión colectiva o individual todo el mundo mira
su culo y sus intereses. Los servicios clínicos hace tiempo que dejaron de
hablar unos con otros, van a lo suyo y si tienen que pasar por encima uno de
otro lo harán. Si, hemos vuelto a aquello de “el que trepe a lo mas alto pondrá
a salvo su cabeza”. Es difícil encontrar gente que proponga proyectos
atractivos y del mismo modo es difícil encontrar gente que quiera participar o
apoyar dichos proyectos.
Son tiempos difíciles, donde más que nunca quizás sea
necesario resetear el sistema. Encender y apagar el equipo esperando que algo
cambie.
Afortunadamente no todo es tan desolador, también hay gente
que hace tiempo que se dio cuenta de que quejarse no vale para nada. Que esto
se trata de intentar construir, aunque sea lo más difícil. Que no ha perdido
entusiasmo e ilusión y que mira más allá de su culo. Gente que se cae muchas
veces y se levanta otras tantas. Este último grupo son los gilipollas, los
imbéciles que creen que las cosas se pueden cambiar. Y sinceramente espero que este pequeño
grupo vaya comiendo terreno poco a poco al otro, creo que es la única manera de
resetear todo esto.
Por mi parte espero pertenecer mucho tiempo a los gilipollas
e imbéciles, hoy por hoy es eso o la muerte.
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