(Nota: Este post iba a ser un comentario a la entrada anterior de Imaginefarma; pero me lié, me lié...)
Estas vacaciones he caminado mucho, sola y con personas muy queridas. Nada hay comparable a caminar con un amigo, hablando de mojitos y de libros o simplemente callando. La clave está en el momento en que se empieza a no contar el tiempo que queda por llegar, a no desear estar ya en otra parte, sino que se disfruta de avanzar metido por completo en el paisaje. Y a la vez que uno se va identificando por dentro, también se toma conciencia de las personas que nos acompañan, como piezas del camino que recorremos, adaptando mutamente nuestros pasos. Entonces el diálogo surge o no, de forma espontánea, sin necesidad de mirarse a los ojos.
Esto me recuerda a las veces en que como sanitarios caminamos o acompañamos a los pacientes, guiándolos de unas consultas o servicios a otros, por todo ese laberinto que es el hospital. Cuando puedo, voy con ellos a pedir esa cita de la colonoscopia a la que son tan reticentes, o a consultar esa duda que les quedó con el médico (mejor dejémoslo resuelto ahora, les digo…). Y en el camino me cuentan por qué no acudieron cuando les llamaron para la ecografía, las náuseas de la medicación de la mañana, la negativa de su madre de ponerse la inyección y otras mil pequeñas cosas que sentados de frente en mi mesa quizás no brotaran. Otros días en que estoy más ocupada, al menos me levanto de la mesa de la consulta a recibirlos cuado llegan y los acompaño hasta la puerta al despedirnos. Porque hay en esa compañía y recorrido un reconocimiento de la parte humana del paciente y del profesional que se percibe con gratitud.
También están las ocasiones en que transito por el hospital junto a otros colegas por asuntos del trabajo, pero que no dejan de ser curiosas. Recuerdo una vez en que iba de una consulta a otra con un compañero al que acababa de conocer y tenía gran respeto (y hoy también gran afecto, por cierto), hablando de temas estrictamente profesionales y al llegar al ascensor me dijo “mejor por la escalera, hay que mantener el culo en su sitio”. Y lo soltó así, con la misma seriedad y sobriedad con que me hubiera dicho “coloca, por favor, los informes “en su sitio” o “recuerda no dejar el yodo radiactivo fuera “de su sitio”. Me sorprendió pero mantuve su cara de póker, a la vez que fui consciente de lo “desordenada” que debía tener mi pobre anatomía y de la cantidad de cosas inesperadas que se pueden llegar a descubrir en estos pequeños paseos.
compi1
Buena reflexión compi1 y mucha fuerza con la vuelta al trabajo.
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